Enero 20 de 2069

Era la mañana, el Sol está imparable. Animales y plantas morían, solo quedamos nosotros la humanidad y un poco de esperanzas; el mundo estaba muriendo no quedaba ni una sola gota de agua, todos los bosques desaparecieron en un parpadeo, no lo podíamos creer y todo por nosotros. Empezando por una simple basura se generó todo esto. Solo veía cómo la gente lloraba. ¿Qué culpa tienen los niños? -pensé-, morirán por culpa de sus antepasados, contaminando, gastando el agua, talando árboles, terminando así con los bosques, entre muchas tonterías que hicimos para nuestros beneficios y arruinando a la vez todo lo bonito que había en este loco planeta. Mi maestro de biología nos estaba enseñando sobre evolución, pero no veíamos el impacto de nuestras acciones en los ecosistemas; a la vez destruyendo muchas especies diversas, dejando a la evolución con pocas opciones, el espacio estaba lleno de satélites. ¿Lo pueden creer? Dañamos el planeta,  y ¿por qué no? También el espacio!. Cada vez se hacían más grietas en la corteza terrestre y la gente se asustaba más y más. Yo me estaba muriendo de miedo, los volcanes sacaban lava a cada segundo; el clima estaba en extremo calor gracias al cambio climático. Solo sentía cómo mi cuerpo  expulsaba agua y más agua, pero ¿qué se podía hacer? Solo teníamos que esperar nuestro fin. Mientras, la grandes potencias mandaban cohetes para sobrevivir en Marte -seguramente será otro planeta destruido por la humanidad – ¿Quién diría que las personas iban a destruir la Tierra, el espacio y Marte?. Ante tal devastación solo siento mis lágrimas recorriendo mi pálida cara. 

¡Cuidemos el planeta, antes de que sea tarde!

Sofía Quezada Amaro

1º de ESO

Colegio Madrid (México)